El Asno Roñoso de la Cola Cortada / Mangy Ass with the lopped-off tail

ANSELMO DE TURMEDA

Sabed que soy oriundo de la ciudad de Mallorca. Es una ciudad grande junto al mar, entre dos montañas; la atraviesa un pequeño arroyo. Es una ciudad comercial que posee dos atracaderos muy buenos donde fondean los grandes barcos para tráficos comerciales importantes. La ciudad está en una isla que tiene el mismo nombre de la ciudad, Mallorca. Sus bosques se componen sobre todo de olivos e higueras. Cada año exporta más de 20.000 barriles de aceite de su producción de aceituna a tierras de El Cairo y Alejandría. En la mencionada isla de Mallorca hay más de 120 ciudades amuralladas, muy prósperas, y muchas fuentes que cruzan su superficie y desembocan en el mar.
 

Mi padre pertenecía a la gente importante de la capital de Mallorca y no tenía más hijos que yo. Cuando tuve seis años, me envió a un profesor, que era sacerdote. Aprendí de él el Evangelio hasta saber de memoria más de la mitad en dos años. Luego, durante dos años más, me puse a estudiar las lenguas del Evangelio y la Lógica. Después, me fui de mi país a la ciudad de Lérida, en tierras de Cataluña. Es una ciudad de estudios entre los cristianos de esta región y tiene un gran río que la atraviesa. Allí vi pepitas de oro mezcladas con la arena, pero es cosa sabida entre la gente de este país que los gastos de la explotación no se ven compensados por el valor de lo que se obtiene. Por eso lo han abandonado.

En esta ciudad hay muchas frutas. He visto allí a los aldeanos que cortaban melocotones en cuatro partes y los hacían secar al sol. También ponen a secar del mismo modo los pepinos y las nueces. Cuando en invierno quieren comerlos, los ponen en el agua a remojo, por la noche, y lo cuecen como si fuera fruta fresca del tiempo. En esta ciudad se reúnen los estudiantes cristianos y llegan a 1.500. Sólo dependen del sacerdote con el que estudian. La mejor cosecha de aquellas tierras es la del azafrán.

Allí aprendí las ciencias Naturalium y la astrología durante seis años. Después me fui a la ciudad de Bolonia, en tierras de Lombardía. Es una ciudad muy grande. Sus edificios son de excelente ladrillo rojo, porque no tienen canteras de piedra. Cada uno de los maestros albañiles que hacen los ladrillos tiene un sello particular para señalarlos; un amín mukaddim que les controla la calidad, tanto de la arcilla de los ladrillos como de su cocción. Si se raja o se rompe alguno, pone una multa al que lo hizo, de acuerdo con su valor, y le hace apalear.
Esta ciudad es una ciudad de estudios para la gente de aquel país y se reúnen en ella cada año como estudiantes más de mil personas de todas partes. Todos visten el manto que es el hábito de Dios. Aunque haya entre ellos un sultán o hijo de sultán, viste únicamente este hábito para que se distingan los estudiantes de los que no lo son. No dependen más que del sacerdote con el que aprenden.
Allí viví en la iglesia de un sacerdote de mucha edad y gran autoridad entre ellos, llamado Nicolau Fratello. Su dignidad era muy elevada entre ellos a causa de su ciencia, de su piedad y de su vida austera. Por ello no tenía par en su tiempo en toda la cristiandad. Toda clase de personas eminentes, incluso reyes y otros, le consultaban sobre temas religiosos. Las consultas iban acompañadas de pingües regalos; siempre lo mejor en su género. Todos deseaban obtener su bendición y que aceptara sus regalos, con lo que quedaban muy honrados.

Estudié con este sacerdote los principios de la religión cristiana y sus Sentencias. Siempre estuve junto a él, a sus órdenes, siempre de acuerdo con él, hasta el punto que me admitió entre los más íntimos de sus amigos. Seguí sirviéndole así y llegó a tal punto nuestra familiaridad que hasta me entregó las llaves de su domicilio y de la despensa de sus víveres, comidas y bebidas. Todo estaba en mis manos, con una sola excepción: la llave de un cuarto pequeño en el fondo de su habitación, donde solamente entraba él. Supongo que era el cuarto de los tesoros que le regalaban. Allah lo sabe. Estuve con él, en la forma dicha, aprendiendo y sirviéndole durante diez años.

Entonces le ocurrió que cierto día cayó enfermo y no vino a una reunión de sus colegas. Los de la reunión le esperaron y empezaron a tratar diversos temas de estudio hasta que llegaron al texto sobre la palabra de Allah - ¡qué poderoso y que grande que es! - por boca de su profeta Isa (Jesús) - sobre él sea la paz - «que vendrá después de mi un profeta llamado el Paráclito». Intentaban determinar cuál de los profetas era éste. Cada uno dijo por orden lo que sabía y opinaba, y se originó una gran discusión entre ellos sobre este punto. Después se separaron sin llegar a un resultado definitivo del problema. Yo volví a la casa del viejo director de la dicha clase.

            El me preguntó:

- ¿Qué tema estuvisteis tratando en mi ausencia?

           Yo le puse al corriente de la divergencia de opiniones que se habían originado alrededor del nombre del Paráclito, y que fulano lo solucionó así y así, y fulano de tal y tal forma. Reconstruí así para él todas las respuestas.

- ¿Y tú cómo lo solucionaste?

- Yo contesté según las respuestas del doctor fulano en su comentario del Evangelio
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 - ¡Qué lejos y qué cerca estuviste! Fulano se equivocó. Y el otro acertó en algo que se acerca más. Pero la verdad es muy distinta de todo esto, porque la exégesis de este nombre ilustre no lo sabe más que Dios y el que tiene una instrucción muy sólida. Vosotros no habéis alcanzado aún mucha ciencia.
           Yo me eché a sus pies, los besé y le dije:

- ¡Oh Señor mío! Sabes que he viajado hasta ti desde un país lejano y ya llevo diez años a tu servicio. En este tiempo adquirí de ti muchísimos conocimientos, que no se pueden enumerar. Pero colmarías todos estos beneficios tuyos revelándome el conocimiento de este nombre ilustre.

           El viejo se puso a llorar y me dijo:

- Oh hijo mío! Te quiero muchísimo por los servicios que me has prestado y por tu entrega para conmigo. Ciertamente el conocimiento de este nombre ilustre es muy útil, pero temo por ti. Si esto es divulgado por ti, el pueblo cristiano te matará al instante.

-¡Oh Señor mío! Por Dios Altísimoy por la verdad del Evangelio y de quien lo trajo, no revelaré nada de lo que me digas, a no ser con tu expreso permiso.

-Hijo mío, yo te pregunté, la primera vez que nos encontramos, acerca de tu país, si estaba cerca de los musulmanes y si os combatían o les combatíais, para saber los sentimientos tuyos hacia el Islam. Has de saber, hijo mío, que el Paráclito es uno de los nombres del Profeta de ellos, Muhammad - Allah le bendiga y le guarde -, a quien fue revelado el cuarto Libro, y su comunidad es la comunidad inmaculada que menciona el Evangelio.

-Señor mío, ¿qué dices entonces de esta religión, es decir de la religión de los cristianos?

-Hijo mío, si los cristianos hubieran seguido firmes en la religión primitiva de Isa (Jesús), ciertamente estarían en la religión de Allah, porque la religión de Isa y de todos los Profetas - sobre todos ellos la paz - es la religión de Allah.

-Señor mío, ¿qué hay que hacer entonces?

-Hijo mío, entrar en la religión del Islam.

-¿Pueden ellos salvar a los que entran en él?

-Sí, le salvan en esta vida y en la otra.

-Señor mío, generalmente todo hombre cuerdo no escoge para sí más que lo mejor de lo que conoce. Si tú has reconocido la dignidad incomparable de la religión del Islam, ¿qué te impide dar el paso?

-Hijo mío, Allah - ensalzado sea - me enseñó la verdad de lo que te he dicho sobre la religión del Islam y la grandeza de su Profeta - la paz y las bendiciones de Allah sean sobre él - cuando ya tenía muchos años de edad y mi cuerpo estaba ya muy débil. Si Allah me hubiera dirigido a esto cuando tenía tu edad, lo habría dejado todo sin dudar. Pero ya ves que tengo entre los cristianos toda clase de honores, dignidades, bienestar en la presente vida y riquezas en bienes de este mundo. Si se viera algo de mi inclinación hacia el Islam, el pueblo me mataría inmediatamente. Y si lograra quizás escaparme de ellos y ponerme a salvo entre los musulmanes, les diría «Vine a vosotros para hacerme musulmán» y ellos me contestarían «Sacaste provecho para ti mismo entrando en la verdadera religión, pero con esto no nos haces ningún favor a nosotros. Has salvado así tu alma del castigo de Allah - ensalzado sea-». Me quedaría, pues, entre ellos como un anciano miserable, con más de 90 años, sin saber su lengua y sin que ellos pudieran tampoco comprenderme. Sólo me quedaría allí para morirme de hambre. Así es que - alabado sea Allah - me quedo en la religión de Isa y en lo que ha revelado. Allah sabe esto de mí.

-Señor mío, ¿me aconsejas, pues, que me vaya a tierra de musulmanes y que entre en su religión?

-Ciertamente habrás acertado buscando tu salvación. Date prisa y obtendrás este mundo y el otro. Pero hijo mío, por ahora que nadie se entere de este asunto fuera de nosotros dos. Escóndelo con todo empeño. Si revelas algo de esto, el pueblo obtendrá tu muerte y yo no podré hacer nada por ti. De nada te servirá que me atribuyas la idea a mí. Yo lo negaré y mi palabra valdrá contra ti, mientras que tu palabra no valdrá nada contra mí. Yo seré inocente de tu sangre y nadie pensará que he opinado nada de esto.

-Señor mío, Dios me libre de que ni siquiera piense en ello.

              Le prometí lo que quiso, de forma que quedara satisfecho. Después tomé provisiones de viaje y me fui a despedir de él. Al marcharme me dio su bendición y me entregó una ayuda para el viaje de 50 dinares de oro. Me embarqué dirigiéndome hacia mi tierra, la Ciudad de Mallorca, y me estuve en ella seis meses. Después partí para la isla de Sicilia y me quedé allí cinco meses. Yo iba buscando un barco que fuera a tierras musulmanas. Llegó entonces un barco que iba a la ciudad de Túnez. En él hice el viaje desde Sicilia; nos hicimos a la vela cerca de la puesta de sol y llegamos a la Marsa de Túnez cerca del mediodía.

           Cuando desembarqué de la nave, algunos que estaban en las tropas cristianas y habían oído hablar de mí vinieron con monturas y me llevaron consigo a sus casas. Les acompañaron algunos comerciantes que vivían también en Túnez. Fui su huésped, honrado y bien tratado, durante cuatro meses. Después de esto les pregunté si había en la casa alguien que supiera bien la lengua de los cristianos. Era sultán en aquel tiempo nuestro soberano Abu al-Abbas Ahmad - Allah tenga misericordia de él. Los cristianos me dijeron que había en el palacio del mencionado sultán un hombre, que era uno de los más altos dignatarios de su servidumbre, llamado Yusuf el Médico. Era médico del sultán y uno de sus íntimos. Me alegré muchísimo al saber todo esto.

              Pregunté entonces por la casa de aquel hombre, el médico, me hice conducir a él, me presenté y le conté mi situación y la razón de mi presencia que era mi deseo de entrar en el Islam. El médico se puso contentísimo y se alegró muchísimo de tener que tomar parte en el desenlace de este asunto. Después montó su caballo y me llevó con él al palacio del sultán. Entró en su presencia y le contó mi historia. Le pidió una audiencia para mí, audiencia que me fue concedida. Me presenté, pues, en su presencia y el sultán me preguntó primero por mi edad. Le dije que tenía 35 años. Después me hizo varias preguntas sobre las ciencias que había estudiado. Se lo expliqué también.         
  
              Me dijo entonces:

-Has venido enhorabuena ya que has viajado abandonando tu tierra por la nuestra. Ahora hazte musulmán, bajo la bendición de Allah.

             Dije entonces al traductor, Yusuf Al-Tabib (el médico):

-Di a nuestro soberano el sultán que nadie sale de su religión sin que los suyos alcen la voz contra él y le calumnien. Suplico, pues, de vuestra benevolencia que enviéis a por los soldados y comerciantes cristianos más dignos que hay aquí, les preguntéis por mí y escuchéis entonces el concepto que de mí tienen. Después de esto me haré musulmán, si Allah quiere.

              El sultán me contestó, por medio del traductor:

-Me has pedido lo mismo que pidió `Abdallah bin Salam al Profeta - la paz y las bendiciones de Allah sean con él -, cuando quiso hacerse musulmán.

              Envió entonces a por los soldados cristianos y a por algunos comerciantes, y me hizo entrar en una estancia cercana al salón de recepciones. Cuando entraron los cristianos, les preguntó:

-¿Qué me decís de este nuevo sacerdote que llegó en tal barco?

-Señor, éste es un gran sabio de nuestra religión. Nuestros doctores llegan a decir que no han visto una autoridad más alta en ciencia y en religión en toda la cristiandad.

-¿Y qué diríais si se hiciese musulmán?

-¡Dios nos libre de eso! No lo hará nunca!

Cuando el sultán hubo oído lo que opinaban los cristianos, me envió a buscar. Yo me presenté ante él e hice la profesión de la fe verdadera en presencia de los cristianos. Estos hacían la señal de la cruz en el rostro y decían: «Lo que le ha llevado a esto es el deseo de casarse, porque el sacerdote entre nosotros no se casa.» Salieron aflijidos y tristes.

El sultán - Dios tenga misericordia de él- me asigno cuatro dinares diarios de la casa de la riqueza y me casó con la hija del Hayy Muhammad al-Saffar. Cuando la llevé a mi casa, el día de la boda, me dio 100 dinares de oro y un vestido nuevo magnífico. Nos unimos y tuve un hijo de ella. Le llamé Muhammad, por la bendición que lleva consigo el nombre de nuestro Profeta -la paz y las bendiciones de Allah sean sobre él.


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